Igual que el bosón de Higgs, Art Blakey es imaginario: en realidad nunca existió, era sólo una voz en el espacio que decía, venga Mike que ahora entras tú y tienes que poner un do donde sólo tú puedes poner un do. Era una sombra en cada instrumento, el Gran Niño, una pequeña y negra formación de partículas que obligaba a cada uno a sacarse a sí mismo y contar su historia: hacer alma. Art era un creador de empujones. Por eso era invisible, aunque también se puede decir que Art era un campo (una onda infinita) y también que era el espíritu de la batería, pues esta nunca se silencia y siempre engloba todas las palabras que cualquier otro pronuncia, y les da sentido.
Como la partícula de Dios, Art nunca cambia y siempre crea la misma base una y otra vez, pero sólo algunos que saben dejarse caer en ella (una especie de limo oscuro y pegadizo) realmente interactúan y adquieren su verdadero peso, su enorme realidad individualizada. Art ve a través, y por eso dice, tú tienes historia hijo, pero luego depende de cada uno sacarla a tope o dejarla escondida allí abajo, donde todos soñamos a veces con ser estrellas del rock sin darnos cuenta de qué va antes de eso.
También, a veces, me imagino a Art como un pulpo gigante con millones de tentáculos. Con esos tentáculos va agarrando a las personas más raras (y también a las más normales) del mundo y las acerca a su boca que es como un tajo en mitad de la cara para comérselas así sin más. Luego, seguro, las vomita, y todos caen al agua desnudos, porque han muerto y ahora vuelven a renacer en esa bilis salada del mar, con un ritmo de pedales y baquetas que mueve sus piernas y sus brazos y les hace nadar muy tranquilamente (a su ritmo) hasta la otra orilla.
También puede ser que Art simplemente fuese un padre de familia, un dependiente de ferreterías, un aficionado al whisky de doble destilación o un prestamista bondadoso que nunca cobra intereses. En ese caso yo diría, pues ese no es Art (al menos no del todo), o si es Art es sólo el soñador de Art, el que por las noches cae rendido en la cama después de un duro día de trabajo y al cerrar los ojos se ve a sí mismo sentado a la banqueta frente a un bombo gigante, en el restaurante de Bubba (que es muy oscuro y nadie puede verle), y se escucha a sí mismo decir, venga señores, un dos un dos tres cuatro, y ahí el sueño se vuelve tan oscuro y extraño que Art (el verdadero Art) nunca lo recuerda, aunque siempre se despierta con los brazos cansados y una ligera facilidad para sonreír y decir, venga, al tajo.
Por dios, qué bueno tu comentario!
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