sábado, 20 de septiembre de 2014

Joao Hasselberg - Whatever It Is You're Seeking, Won't Come In The Form You're Expecting

A veces, al mirar las manchas en la pared, que parecen nubes o tomates de acuarelas, cuchillos gigantes de María en el aguarrás, diluyendo gota a gota las letras de un alfabeto perdido en la maleza (olvidado, entre cada mancha de cada puntito del gotelé), me digo: córcholis, repámpanos, estereotipos de otras clases (palabras), todo eso que hay ahí, ¡todo!, ¡¡en la pared!!
Y es que a veces la pared es una línea.
Y a veces la pared son todos los labios que soplo por las noches.
Siempre la pared son tus rayas, tigre, y es verdad, las mías acolchadas por detrás del sofá.
Casi, cuando digo algo y sintagmo, la pared se transforma, y la pared es un mundo y en el mundo, claro, cómo iba a ser de otra forma, los papeles vuelan y se cambian con una música diferente para cada oído.
A veces miro al otro lado de la pared (un huequito, un orificio como el alma de una letra) y miro sus caras de sonrisas gigantes y los ojos de los que pasean en las plazas del sol y las manos que se estiran en el sudor de un miramiento adormecido, allí a lo lejos, todos ellos, preguntándome entre el cojín y la pared, asintiendo de alguna forma, sí sí, todos ellos son las mismas palabras con la misma línea lúcida en sus frentes, todos ven, aquí, allá, la misma persiana caída multicolor sobre la terraza, todos estrechan las horas con un atlas, surcando con la yema de su huella dactilar: aquí, aquí, viajemos, ¡partamos hacia la muralla!.
¿Cuántas decisiones caben en un planeta?
Cuáles son los dedos para medir (tus tetas rubia que te alejas hacia el mirador preparada para saltar y despegar las alas de tus pezones (perdón)).
Cuántos sabores cambiarán si una palabra.
Cuántas miradas dirán: la luz era violeta pero tus morros me violentan.
Cuántas notas desafinadas habrán conversado entre ellas con un cubeta entre sus piernas: ¿estás sostenido o te molo?

Una vez vi a alguien que tenía su pared sobre una cuesta y meaba sobre ella para verla llover. Luego miró al cielo y encogió las manos recogiendo la última palabra de un profeta del camino. Saltaba al tobogán de su meado y caía por la calle como en un parque de atracciones, le faltaban los colmillos y el pelo parecía de un caimán. Luego se detuvo en la cuneta, mirando hacia los balcones donde las niñas tiraban cáscaras de pipa (con saña, apuntando) y se hundió en el hueco, se hundió en el orificio de una letra que seguía hacia el meado, una una una, la misma la pared, apuntando las palabras de miles de historias que había leído en algún momento y que, yo creo, se volcaban al mear para apuntalar la calle de posibles desertores, pardiez.
Las niñas arrojaron las últimas pipas porque querían saltar a la comba.
Los coches salpicaban el badén de pis.
Las paredes parecían patatas fritas gigantes.
Los huecos se abrían hacia el sitio del final.
Y el único sonido era su silbido de cada canción de cada palabra que leía (su idea, creo, de lo que había sido escrito) saliendo desde el hueco de su pared, llena de curvas y gotitas de aguarrás.

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