sábado, 20 de septiembre de 2014

Joao Hasselberg - Whatever It Is You're Seeking, Won't Come In The Form You're Expecting

A veces, al mirar las manchas en la pared, que parecen nubes o tomates de acuarelas, cuchillos gigantes de María en el aguarrás, diluyendo gota a gota las letras de un alfabeto perdido en la maleza (olvidado, entre cada mancha de cada puntito del gotelé), me digo: córcholis, repámpanos, estereotipos de otras clases (palabras), todo eso que hay ahí, ¡todo!, ¡¡en la pared!!
Y es que a veces la pared es una línea.
Y a veces la pared son todos los labios que soplo por las noches.
Siempre la pared son tus rayas, tigre, y es verdad, las mías acolchadas por detrás del sofá.
Casi, cuando digo algo y sintagmo, la pared se transforma, y la pared es un mundo y en el mundo, claro, cómo iba a ser de otra forma, los papeles vuelan y se cambian con una música diferente para cada oído.
A veces miro al otro lado de la pared (un huequito, un orificio como el alma de una letra) y miro sus caras de sonrisas gigantes y los ojos de los que pasean en las plazas del sol y las manos que se estiran en el sudor de un miramiento adormecido, allí a lo lejos, todos ellos, preguntándome entre el cojín y la pared, asintiendo de alguna forma, sí sí, todos ellos son las mismas palabras con la misma línea lúcida en sus frentes, todos ven, aquí, allá, la misma persiana caída multicolor sobre la terraza, todos estrechan las horas con un atlas, surcando con la yema de su huella dactilar: aquí, aquí, viajemos, ¡partamos hacia la muralla!.
¿Cuántas decisiones caben en un planeta?
Cuáles son los dedos para medir (tus tetas rubia que te alejas hacia el mirador preparada para saltar y despegar las alas de tus pezones (perdón)).
Cuántos sabores cambiarán si una palabra.
Cuántas miradas dirán: la luz era violeta pero tus morros me violentan.
Cuántas notas desafinadas habrán conversado entre ellas con un cubeta entre sus piernas: ¿estás sostenido o te molo?

Una vez vi a alguien que tenía su pared sobre una cuesta y meaba sobre ella para verla llover. Luego miró al cielo y encogió las manos recogiendo la última palabra de un profeta del camino. Saltaba al tobogán de su meado y caía por la calle como en un parque de atracciones, le faltaban los colmillos y el pelo parecía de un caimán. Luego se detuvo en la cuneta, mirando hacia los balcones donde las niñas tiraban cáscaras de pipa (con saña, apuntando) y se hundió en el hueco, se hundió en el orificio de una letra que seguía hacia el meado, una una una, la misma la pared, apuntando las palabras de miles de historias que había leído en algún momento y que, yo creo, se volcaban al mear para apuntalar la calle de posibles desertores, pardiez.
Las niñas arrojaron las últimas pipas porque querían saltar a la comba.
Los coches salpicaban el badén de pis.
Las paredes parecían patatas fritas gigantes.
Los huecos se abrían hacia el sitio del final.
Y el único sonido era su silbido de cada canción de cada palabra que leía (su idea, creo, de lo que había sido escrito) saliendo desde el hueco de su pared, llena de curvas y gotitas de aguarrás.

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martes, 22 de julio de 2014

Duke Ellington - Such Sweet Thunder

Quería escribir algo bonito, quería decir de la mariposa que flotaba por encima de los fresones del huerto, por debajo de las parras que plantaban la sombra para ella y para nosotros los que miramos, todo sombra refrescante y quería escribir algo bonito sentado en la mesita de patas chuecas bajo los fresones, junto a ella revoloteando en mi oreja izquierda, una mesa de metal, sentarme adormilado con los ojos hacia dentro y los dedos intentando asir sus alas, pero era demasiado, palabra, quería de verdad escribirle algo bonito a los truenos que caen como si dijesen ¡realidad! en cada tormenta de verano que nos empapa las calles (pero era de noche y en la casa alguien enchufó el gramófono que siempre había estado muerto y sonaron los cascabeles, sonaron las charcas donde las ranas morían de tuberculosis sin crujidos ni croares de desesperación (son puro silencio) y sonaron las trompetas del cordero en la colina y el diminuto piano de juguete que anuncia la aparición): todos eran calaveras los que allí estaban de pie contemplando la mariposa verde en el huerto, todos huesos y todo la consternación de un momento, ¡decide!, ¡muere!, y cada personaje se movía de forma tan diferente en la condensación de las voces, sí, todos hablaban con los dientes llenos de legumbres pasadas, todos movían las cuencas y las mandíbulas batientes en huesos de exposición: las voces eran todos rayos de tormenta y un galeón que llevaba la magia a la única isla donde podía residir la realidad, crujidos en la basura, el enganche que faltaba del broche de un mercader que vendía almas a cambio de chicles de fresa (y los recogía apenas con dos dedos estirando al otro lado del mostrador, casi con miedo, casi como si el chicle fuese la vida y al otro lado estuviesen todos los cadáveres que le esperarían al final), y ellos seguían mirando en el huerto los fresones o las enredaderas que vertían desde el fondo de la tierra una savia desconocida y ácida que se lo tragaba todo, musgo, plantación, las parras eran de acero y el toldo lo compró alguien de la casa en un mercadillo, y en la casa seguía sonando el gramófono de ánimas que carburan la providencia, cada daimon que se aparece en la oreja al susurrar tu destino, ellos, cada voz que aparecía por detrás para plantarse por delante (¿dónde estaba yo?, ¿desde dónde podía decir esto si no era en la muerte, sentado a sus lados, acariciando las calaveras que eran mi sostén y mi precipicio en la tierra?), y quería, palabra, escribir versos alegres para Long John y la familia Incandenza, para el pobre Tyrone Slothrop y su amigo Hans de la mano Castorp, que todo lo anegaba en la plaza de adoquines negros con su vómito salpica-salchichas, pero dónde quedaba eso, fuera del huerto, seguro, lejos de la mariposa posada en el sombrero y la pluma azul del nieto de Hamlet, en las manos de las voces que miraban a los setos y exclamaban versos jámbicos y casi olvidados en el cajón de las nubes, moviéndose entre las flores como torbellinos de arena, y se preguntaban, todos, a cada rato, qué rey fue el de su tragedia, qué pesos cayeron sobre el burlón y sus ninfas, dónde murió el gordo Wells para acompañarlos a todos por el camino de las muchachas de calzones caídos.
Cuando todos se iban, alguien mató al gramófono, a lo mejor porque el enchufe estorbaba el paso de la fregona por la cocina. Cuando todos se iban, las luces se fueron del lugar, la mariposa estaba en otro mundo, los rayos no caían porque las tormentas de verano son sueños que se mueren por salir y yo no dejaba de preguntarme si entrar en la casa era el mismo segundo cuerpo de hueso y estiércol que sentía todo el rato por debajo de mí, tumbado sobre un césped brillante, acariciando la frente de una muchacha sucia y despistada que sonreía sin fin.

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jueves, 26 de junio de 2014

Medeski, Scofield, Martin & Wood - Out Louder

Recién llegado me siento en los tejados para mirar una estrella que sea nave y vague por el desierto, una estrella que palpe, que confluya con mi dedo al aire que llegar al punto que existen, ¡si no hay ninguna!, y sólo luces rojas que parpadean en las torres de los rascacielos, ruido de una papelera rota ahí abajo, un perro que ladra en la terraza cerrada de su mundo, el movimiento de los coches que zumban en la avenida todos con las ventanillas tintadas. Cómo se siente todo, como si en realidad nada estuviese ocurriendo salvo el dedo que sujeta un cigarrillo y la brasa que lo consume caminando por la acera, de espaldas, el juego que un niño saca al patio y desdobla en millones de partes con millones de casillas extendidas en baldosas rotas, las canicas que bordean el tablero y en realidad siempre se tarda mucho en explicar cómo jugar y para qué sirven las pistolas, el juego de las luces en los semáforos que tienden a un intervalo de no-repetición, ¿dónde estamos todos?, el invernadero en el desierto, la capa de desintoxicación y se me olvida siempre subirme la botella de tequila, en los tejados, para sorber con este aire cargado de violaciones en las callejas a donde no llega la guardia real.

Bragas rotas en desagües.

Un hilillo de baba cayendo desde lo alto de una farola.

Los perros se masturban en los vertederos del río y ya no hay (o nunca ha habido) volcanes entre la niebla, se extinguieron en las dunas y ya nadie mira con recelo, el humo se escinde, los tejados crujen y dos palomas me observan como si yo fuese el pan y ellas la muerte, y si tuviese el tequila lo bebía con vosotras para estamparlo como puñales en la boca del señor pero en realidad es muy oscura la avenida, en realidad no hay mujeres que se abran de patas a estas horas de la noche, sobre la hierba de algún parque (virgen), con las hebras a flor de piel y un espacio (un hueco) que una sus labios de la noche con la realidad que se oculta detrás del espasmo, la boca que se abre hacia la llama, la madriguera de una urbe cerrada que come con los ojos agrietados, dónde estoy en verdad si no quiero conocer nada, si en realidad no quiero saber lo que ellos pueden decirme si no se aparecen como tragaperras en el casino replicando la beldad de una fiesta, ¡tin tin tin!, y me falta el tequila y cierro los ojos ante una paloma que se asoma a mi regazo y quiere morder, pues muerde, muerde aunque yo cierre los ojos y la mujer de Verde con los Ojos descalzos me abra la semilla de un paraguas, entremos, salta al río, buceo, y ella delante de mí agita los pies como un delfín que sacude entre las corrientes y con cada dedo del pie se vislumbra la pepita de entre sus piernas que al salir del agua me regala con una sonrisa, ven, sal del río me dice, húndete en la hierba de la ribera, mece las hojas de alrededor con el sonido de una selva que no existe, pero que puede existir, besa mis pecas me dice (beso su ombligo, beso su sudor que se araña en los sobacos del mundo, pero sabe a seco, ¿también aquí el desierto agrieta la piel blanca de una dama?), no tengo crema hidratante me dice, y todo se diluye y son mis dedos que también me traicionan porque en el fondo (en la superficie) la paloma se ha comido mis uñas y ahora va hacia los cartílagos y al nudillo y veo que quiere mis ojos también, pero puedo aguantar, sentado en los tejados, el tequila aparece y puedo aguantar con el tapón, bebe, Julia de los Ojos Verdes, sorbe conmigo, aguantemos juntos donde sea que te escondas de las dunas del desierto que te salan la piel.


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jueves, 29 de mayo de 2014

Bill Evans - You Must Believe in Spring

Se movían las hojas los pinos los árboles del bosque que veía desde la ventana y donde iba colocando según caían los cuerpos de los pájaros muertos que chocaban contra el hormigón la pared las radios y estuches de prensa que se amontonaban como cuchillas en los goznes del edificio. Los pájaros muertos también miran el bosque. Los pájaros muertos sonríen y guiñan el ojo cuando pasa una chica bonita en pantalones vaqueros. Los pájaros muertos hablan entre ellos en el idioma de las hojas, y cada vez son más, y el lenguaje se vuelve imposible, y las palabras son estrellas que salen por la noche para alumbrar sus plumas evaporadas.
Los pájaros muertos miraban los pinos arrebujarse bajo la brisa balanceándose por detrás por delante, en un baile que parecía programado para todos nosotros. Ey, pero ellos no querían compartir el piti que yo había encendido, los pájaros sólo querían seguir mirando, seguir sonriendo, eternidad entendida desde un punto quisquilloso, pero quién era yo para decirles nada, yo sólo era una mano, un par de dedos amistosos (intentando) que les recogían en sus caídas y les colocaba sus cabezas con cuidado sobre almohadas de papel, kleenex, tampones usados que encontraba por la calle, ¡quién iba a querer más!, las cosas se apilan unas sobre otras, igual que en la ventana a veces coloco una piedra amarillenta o las colillas de los pitis o los trozos salteados de una lechuga que ayer comí, sólo para ver sus reacciones, para verlos oler el gusano que asciende por la manzana y sonreír con un pico torcido a la señora de la limpieza que agita el carro allá abajo por la calle, para verlos palmear la piedra y abrir el corazón de una patata que ennegrecía su piel saliendo hijos y nietos verdes amarillos como brotes de más brotes sin parar. Los pájaros parecían entender algo y yo no entendía nada salvo que los pinos se agitan cuando sopla el viento y que, detrás de ellos, detrás de ahí, de la brisa y la luna que cuelga de una cuerda como un yoyó universal, hay algo que no comprendo, algo a lo que canto cuando despierto con las manos del revés y los sueños como braguetas que se suben y se bajan muy rápido y muy lento sin llegar a ver qué minga se esconde ahí detrás. Sí, los pájaros entendían que la piedra estaba ahí, que la patata crecía y que sus cuellos se habían partido al chocar, que el hormigón era la muralla de la ciudad y ahí ellos quedaban, prendidos, prendados, cuidando sus patas, lamiendo el nectar que se había escapado en el rocío de la mañana. Los pájaros entendían que no se puede mirar al sol de tú a tú porque él no es nadie, porque él es distancia y los pájaros no sabían de matemáticas ni el número pi, y sólo sabían que él estaba lejos y mis manos que acurrucaban sus patas estaban cerca. Los pájaros entendían que el gusano era un amigo que entendía el más allá, cómo va eso, nadie habla como ellos cuando tienen hambre y uno coloca un platito de manís a su lado para empezar los aperitivos (un vermut, dos cervezas, los pájaros podían beber sin parar y nunca se cansaban), y el gusano sacaba el periódico y todos hacían juntos los crucigramas antes del trabajo, antes de la noche y la continuación. Los pájaros entendían que para ver detrás de las nubes, detrás de los pinos que se agitaban con la brisa y la cuerda del yo-yo (¿tú?), había que volar como ellos y subir y bajar en loops y montañas rusas que las corrientes creaban para ellos como un portal hacia la diferencia, el idioma de las hojas era eso al fin y al cabo aunque cuesta mucho descubrirlo cuando lo único que tienes son dedos para agitar acariciando los picos que no hablan y lo dicen todo.
Los pájaros entendían que yo no entendía nada, por eso eran amables, a veces, silenciosos otras, cuando el camión de basura pasaba por abajo y la ciudad se extendía ruidosa con sus mañanas y panaderos y quioscos que abrían con montones de periódicos apilados en esfuerzo, y más más más, silenciosos entonces, entornando un párpado que miraba brillante la sirena de la ambulancia hasta que el polvo se acumulaba y mis manos sacudían los plumeros de las cabezas y entonces empezaban, vibrando, sonando, volando las palabras y las hojas acaudaladas que a veces el viento les traía para hacerles compañía. Ellos sabían que yo no entendía nada, por eso esperaron a que me levantase la mañana para partir, cuando, con los dedos del revés y la bragueta abierta bien vista, los vi saltar del borde de la ventana y echar a volar por encima de los pinos con sus alas raquíticas y sus cuellos aplastados. Todos volaban más alto según piaba el sol, y el sol no entendía nada porque ya estaban muy lejos, y los pájaros se perdieron en bandada con un guiño que parecía un reflejo, una mano, un saludo, un anillo entornado en las puertas de las nubes, y me paré un instante inclinado en el quicio de la ventana casi a punto de saltar también, porque, de sopetón, había un algo, o un poquito, un pico que ascendía de la bragueta, que me parecía entender.

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viernes, 9 de mayo de 2014

Harold Land - The Fox

Sujeto: Dupree Bolton
Descripción: Negro
Más Descripción: Negro como un fantasma.
Instrumento: Trompeta.
Historia: No se conoce y ni siquiera se inventa, le llaman el fantasma porque habita en las sombras y toca desde ellas, con quejidos y lamentos como gritos de atención al carcelero que le trae un sándwich vegetal. Cuenta historias a los niños que se acercan a las calles con piedras y canicas, historias de la noche y de las anfetaminas que la hicieron caer los ojos de sonámbulo, historias del viejo desierto donde su abuelo cultivaba maíz y él comía mazorcas viendo un atardecer marrón sobre las cercas, antes, claro, de ser él mismo el atardecer que caía por detrás de los niños como mostaza bañando la luz en una esquina de una calle perdida en Frisco. ¿Dónde aprendió? Tocaba con las manos al aire entre las rejas donde los demás jugaban al básquet y él sólo juega con sus dedos invisibles y las notas invisibles, con su cabeza ladeada mascando chicle, ajustando el sonido al aire que no sonaba. En realidad no tocaba en la cárcel del condado, su trompeta estaba entre hipopótamos y lianas, en un pantano ocre, en un cielo azul en las mazorcas de su abuelo; su trompeta estaba en los dedos y en las uñas y las cutículas de las que cuelgan restos de carbón como si arañase el aire para escuchar los sostenidos y bemoles que se cuelan entre los muros de hormigón. Colega, pásate un pitillo, en realidad le pide la afinación, que el guardia alarga como una serpiente o un cuchillo que traspasa las barreras y se cuela entre sus ojos igual que la palabra se cuela entre sus notas como si dijese, ¡estoy aquí, estoy aquí!, ¡soy Dupree el mago! Ya nadie le escucha y se arrastra por las calles de Frisco recogiendo colillas del suelo, buscando una cerilla quemada hasta la mitad, topándose a veces con otras nucas que, también agachadas, rebuscaban entre las rendijas del suelo para llegar a un piti completo, caras Beat caras Hip, caras Slim, que le sonreían desde las fosas y le decían, ¿puedes?, sentándose en una esquina donde Dupree les tocaba el solo de las nubes frondidas mientras el otro soltaba, ¡SÍ!, ¡vamos!, ¡LO tienes, LO tienes colega!
Pero sólo los locos se conocen.
Sólo los perros se lamen entre ellos las heridas de la yugular.
El desierto está en la calle cuando eres invisible.
Las manos no llegan a dejar monedas.
Los cigarrillos se consumen aplastados por zapatos de tacón.
Tu sitio son alcantarillas.
Tu saco son las nubes.
La pastilla de jabón es una nota perdida con la que te lavas los ojos cada mañana, Dupree, para despertar y ver la jungla con sus lianas y sus cárceles de hipopótamos donde cada uno como de una mazorca más grande aún.
Discos: "Katanga", "The Fox"

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lunes, 28 de abril de 2014

Oscar Peterson - Night Train


Siempre hay una melodía, por detrás, oculta casi indescriptible que se menea por los parques junto a muchas hojas que revolotean en círculos por el aire y flotan y se atusan las unas a las otras los sobacos estrellados de sus ocres tallos, cantando; una melodía por detrás de las tiendas de licores y los quioscos que abren cada amanecer gris caído, por detrás de los obreros que lanzan piedras al infinito más allá del precipicio y luego beben enjutos en la barra de un bar donde alguien pide pelea y todos las dan en las esquinas de los meaderos, la melodía, sí sí, dónde está, la veo cuando pasan por el parque las muñecas de sostenes rojos agitando faldas y tacones que apenas cubren dos palmos de sueño, oh sí nena eres mi sueño y eres mi piedad, la melodía está en tus piernas y la felicidad son tus dedos cuando rebotan en el tablero, ¿un básquet?, en la melodía cabe todo, en la melodía caben hasta los culos más gordos de las chicas dulces que sonríen tímidas en la parada del autobús, en la melodía caben melancólicos momentos de pátinas azuladas cuando las manos se separaban en la despedida de un portal con aliento a borrachera, en la melodía están los susurros de la muerte que se alargan entre las ventanas de rascacielos brillantes y están los brazos de la nieve que envolvían cada ficha del parchís cuando nos sentamos bajo el sauce en aquella explanada de polvo blanco y jugamos horas silbando lo que nos venía en gana (porque sí, la melodía no tiene reglas, la melodía es un piano y un oboe en un rincón, una tela de araña que te mira al cagar, los cantos de las gaviotas tontas y los listos renacuajos que se esconden al silbar, la melodía canta, tralalalá, desde los árboles y nadie sopla detrás de ella, nadie la escucha pero todos se empalman al verla pasar, y un silbido, una mota, una gota de lluvia cuando todos salen al parque con sus cestas y sus mantas de picnic y las botellas de vino sobresaliendo de entre los pantalones; la melodía nunca llora y tiene pezones gigantes y un par de huevos fritos que cuelgan en la alacena, tiene mayonesa y kétchup a raudales aunque nadie los quiera y todos los deseen, tiene bigotes persas y gatos de pandora que abren lazos de regalos escondidos y juegan con bolitas de azafrán, tiene pelos en el culo y pajitas caribeñas con paraguas rosados para chupar los licores mixtos que todos nos preparamos sin saber cómo hacerlo cada noche al abrazar, tiene repeticiones anexos sincronismos palimpsestos que se cruzan y se rozan cuando ella mueve la cama y ella va y vuelve con los ojos del mundo que la rodean, tiene caspa y amor en las manos y es feliz la melodía y siempre recuerda los momentos que no existen, como cuando tú y yo nos encontramos en el borde del volcán, hace años, quizá, sonriendo, mirando el vacío oscuro y redondo que engullía la luz allí abajo y que se llenaba despacio, poco a poco, con la saliva que caía de nuestras bocas gota a gota al cantar la melodía).




miércoles, 2 de abril de 2014

Pepper Adams - Encounter!

Acabo de verla.
Se aleja por la calle contoneando en un tacón la savia de la vida (que seguramente caiga más tarde de uno o dos pezones en su cuello como un gota a gota salino de un enfermo terminal).
Se aleja bailoteando por la acera los pómulos de sus nalgas, las condiciones de la eclosión de un huevo que siento ahora dentro de mí y giro sobre la misma idea (el mismo huevo) como una repetición de sostenidos e isósceles, repetición de esdrújulas en el paso del autobús, porque yo espero en la marquesina mientras ella se va y aunque se va de espaldas (y veo el pliegue del sostén entre sus omóplatos) puedo llegar a sentir su sonrisa entre dientes de leche, su cuerpo menudo y apretado en mallas de sartén, sus tetas que bambolean al ritmo de una marea donde la veo, sí, jugando desnuda entre las olas y revolcándose en la arena como un castillo al sol que sigue el aliento de la corriente. Todo, por dentro, gira mientras el autobús no viene y todo, en realidad, está detenido en un semáforo en rojo gigante cuando me aprieto los ojos y me meto los dedos hasta el fondo de la nariz y me siento bucear en la clara del huevo sobre el que la idea se sostiene y que tiene, en realidad y en el fondo, todas las ideas y todas las yemas posibles dedicadas a una concatenación de acontecimientos que me enlacen al deseo (al sentido), porque eso es lo que hay dentro de las cáscaras, eso es lo que tengo para ofrecerte si es que decides un detenimiento, un stop, un hombrecillo que parpadea en verde y sujetas tu máquina de escribir entre tus piernas y no, eso, no cruzas el paso de cebra sino que esperas, te detienes mirando para atrás y observas un instante a ese hombre barbudo catatónico y empalmado que espera a algo (y no sólo al bus) y quizá entonces ella no piense y sólo sienta como es nuestro deber y se instale la calma, la tranquilidad del piano al otro lado de la calle, un calvo que espera con flores, la luz que me envuelve y ya no noto el sujetador apretándome en la espalda ni esta tensión de los hombros cuando alguien mueve las llaves como si fueran cuchillos, sí, ahora el sol se aclara entre las gotas del gorrión y se abren las ventanas mientras sólo me detengo y esa señora sacude el mantel en la terraza y todas las migas caen como si fuesen confeti desde una piñata gigante, yo tengo la piñata, yo y mis manos somos la ilusión de un cuerpo y él no es el hombre que me mira, es un hombre, de la misma forma que amar a un hombre es amarlos a todos y amar el mundo que hay en un él, un beso siempre que me caiga de la cama, una caricia entre las piernas para empezar, el aire que aclare la mañana ahora que me acerco y tomo su mano y subimos por fin al autobús donde la peña es flipante y ella se me escapa de entre los dedos a causa del sudor y esta maldita mochila que me pesa, y los cuerpos de los viejos que se agolpan en la entrada de charleta con un conductor medio cegato, ey!, pero ella me espera, ella ha encontrado un hueco entre los asientos, una barra lateral donde colocar las manos, y ella y su contoneo y ella y su lapiz de sol, y ella y un labio y un ella y un manto y un tacto y una luna y un brazo y una espalda en la yema de mis dedos y un aroma de unos cabellos que se apoyan y sienten un crack, sólo uno (cualquiera y todos), de la yema del huevo cayendo en la sartén. Aleluya.
Shhhhhhhhhhhh.

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martes, 11 de marzo de 2014

Mastretta - El Reino de Veriveri

Juegan en el reino de las marionetas de cartón y se mueven tan rápido que los niños no entienden, ¿dónde está el rey con la barba larga y su secuaz maligno que quiere robarle a su hija y a su reino?, los niños tampoco tienen que entender porque ellos sólo sienten soplos muy libres, ligeros y sencillos, que se esparcen entre sus nucas y sus pelillos largos y sedosos y por eso sonríen y se van o dan una voltereta para mostrar descontento. Pero aquí no hay descontento, hay baile y movimientos de mimo en la orilla del lago, hay chavales jugando hockey sobre patines y haciendo pirtuetas que saltan al aire y ¡bluf!, desaparecen en un humillo que huele a tango, también será porque alguien ha llevado el radiocassete al parque y algunos viejos se acercan a la tarima para bailar apretados todo lo que pueden, todo lo que les queda. Y, claro, lo más importante es que os imaginéis esto, los viejos y los niños y los viejos y los jóvenes que se mueven mirando de reojo las chicas que muestran más de lo que deben y menos de lo que les gustaría, que os lo imaginéis digo, como muñecos de cartón que se agitan con el aire y cobran vida. Sí, parecería que no, pero hay vida en el reino de las marionetas, una vida destartalada y un tanto psicodélica, casi de vodevil, de bar antiguo o teatro polvoriento donde las manos se juntan y salen flores de papel y una palomita que se pregunta ¿pero qué es esto?, sobre todo hay música que se mueve entre los mundos de un niño y sus dibujos en clase de plastilina, cuando con sus manos estampa cuatro flores de huella dactilar y para él son amapolas y Rodrigos y cartas del tarot que adivinan los puestos en la fila de elegir capitán cuando cualquiera de ellos querría ir en el equipo de fútbol que elija a Víctor (todo esto, sí, también, con niños y capitanes com cartulinas de cartón que se adhieren a la pelota de fútbol y gritan con las tijeras, ¡aquí aquí!). Pero no es que sea cosa de niños, o precisamene porque lo es hay que fijarse muy mucho en cosas que pasarían desapercibidas, que el estanque de cartón tiene olas que se mueven con la brisa y hay gaviotas que van de aquí para allá, tan ligeras en sus vuelos que ni siquieran necesitan de hilos transparentes que las muevan, y hay una emoción de vida soterrada detrás de cada cual (un corazoncito, que diría aquel), detrás de los arbustos dos amantes desnudos que se acurrucan después del amor y se meten las manos por cualquier hueco y cualquier abertura que les mantenga más unidos. ¡Júbilo y cartón!, ¡Júbilo al cancán en los bailes de variedades!
En el teatro todos los niños permanecen acurrucados y en el escenario las marionetas de cartón son los reflejos de lo que ellos esperan, ¿dónde estamos?, hasta ese punto juegan en ese reino que por un instante, uno piensa si es que es todo fantasía, o es que la realidad se acerca al cartón y el cartón es pura realidad, y ese tipo de alegría pura de regocijo la puedo encontrar por las noches en la tasca de la esquina, aunque sea con una o dos copitas de más, escuchando una canción de marionetas bailongas.

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viernes, 21 de febrero de 2014

Gene Harris - The Gene Harris Trio plus One

Esto es éxtasis, colega.
La piel te bulle, lo que quiere decir que lo de más adentro sube y lo de más arriba baja hasta posarse: la superficie arde, SÍ!, porque en la piel cae hacia arriba y flota haca abajo. Joder, éxtasis. Y nada de drogas, por lo menos hasta aquí. Quizá alguna seta cuando bajaba el camino del bosque y había ardillas mordisqueando muy cerca, por probar, ya sabes, el regustillo que te dice: eh!, todo está conectado y no te enteras!!! Éxtasis.
Algo de eso debe ser lo que escuchas, porque las notas no están así como así puestas como si alguien que no se entera dijese: qué bien suena. Me pregunto si alguna vez esa nota tan sostenida en el aire no existió. Menuda chorrada, como decía siempre el abuelo, apoltronado en la mecedora. Supongo que para él todo era sostenido porque el humo de la pipa se le quedaba como flotando y el muy guarro a veces escupía hacia un lado como si viviese en el jardín de alguna casona colonial. Pero eso es éxtasis? Digo, pero creo que no. El flow no te sube, ya sabes, si sólo estás en la mecedora como un jodido esquimal que no caza morsas y sólo espera. Los esquimales sí tienen flow, pero no tengo ni idea de cómo llegan a tenerlo las notas. Las notas se mueven? Con estas cosas me empiezo a marear y por un momento me digo, baja al camino del bosque otra vez a ver si cazas algún alce con mirada de, eh tío, estoy perdido por el mundo, y cara un poco de bobalicón y a ver si encuentras más setas por los lados y dices, esto sí, coño, esto es éxtasis!!
Porque puede ser cualquier cosa, no? Podría serlo, el hombre del tiempo por ejemplo, tiene cara de gilipollas, pero conoce el movimiento de las nubes aunque sea por aproximación y cuando dice, toma!, di en el clavo!, es decir, cuando dice que las malditas nubes se han colocado exactamente como él había imaginado que se colocarían en un cielo despejadísimo y azul oscuro, es eso?, cuando todo encaja?, lo de dentro refleja lo de fuera y dices, tío, esto sí! Pero dónde encajan las notas, dónde encajan los aporreos que el tipo este de cara de sapo le mete a las últimas teclas del piano. Es como si ya existiesen o como si todo lo que llevan dentro (esa carga imposible, de verdad, jodidamente imposible de entender) existiese de antemano, o como si sólo se pudiesen comprender como existentes, y todo lo demás quedase colgando como el humo de mi abuelo muerto, flotando en una nube de millones de gotitas de semen, esperando a ser cogido. Qué asco.
Aunque en realidad, así mirándolo en perspectiva, qué maravilla.

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viernes, 7 de febrero de 2014

Grant Green - Nigeria

Es la caza del sonido, uno tras otro se descomponen en los pasos y las zancadas y las hortensias que se quedan a los lados del camino: una expresión. Él se cayó de la bici cuando era pequeño y dijo que nunca más montaría sobre las ruedas que no fuesen él. Él es su guitarra. Sus dedos son marcapasos de un corazón que recorre las llanuras y las selvas con la escopeta en sus ojos y esto no es una descripción sino un recuerdo. A veces iba despacio y se marcaba entre los gritos de su colega al piano que iba realmente puesto de algo muy fuerte y duro (y que apenas duró unos meses más, pobre Sonny), y a veces iba tan rápido que las notas no se distinguían aunque fuesen siempre las mismas, su marca (su sello en las postales desde Indonesia), el hombre Swing, la llama escondida dentro y fuera porque lo que él hacía era transformar los fondos en superficies: todo salía, no quedaba nada dentro salvo un trago de saliva y molares y a lo mejor un intestino delgado perdido en su armazón. El sentido nunca se descompuso para él y siempre fue el mismo por mucho que cambiase de acompañante.

Le recuerdo en aquel bar perdido en las montañas, ya suficientemente borrachos, cuando hablaba del lince que quería atrapar con dos dedos y un hilo transparente, se lo había olvidado en casa, decía, pero no importaba si había el ritmo de las huellas en la nieve. Tenía una amigo que siempre le acompañaba y siempre iba descalzo, llevando una cantimplora amarilla llena de brebajes que preparaba con agua de transatlánticos y líquido para revelar. Les acompañé el día de caza y nos levantamos muy pronto, todavía con las legañas que colgaban y el dolor en los brazos de levantar jarras gigantes. Había grupos de niñas de excursión en la primera montaña y los profesores nos señalaban al pasar con susurros de admiración y miedo: van a la caza, decían (o eso creí yo siempre), no os acerquéis puede ser peligroso, mientras nos alejábamos por un camino que no era camino y yo les veía borrosos por delante, sin machetes ni armas abriéndose paso por los zarzales con las botas llenas de fango y las chaquetas que llegaban hasta las nubes. En la segunda montaña les perdí y ellos ya no estaban. Había un olor a gasolina y quizá un poco de comino en el aire, el comino con el que siempre sazonaba cualquier comida que preparase y que le daba a su casa un ambiente de lavandería mística y brumosa. Busqué rastros y pisadas, yo no tenía cuchillo pero había dientes por el suelo y, más allá, al fondo de un claro, el cuerpo delgado y pisoteado de un tigre blanco y gigante con las rayas rojizas que todavía parecía mirar las estrellas con los ojos entornados. Grant lo había conseguido!, creo que grité hacia dentro y hacia fuera, para buscarlos. Seguí caminando y llegué hasta la cima llena de nieve y de cascabeles que chillaban con el viento. Ahí estaba él, atado, yaciente sobre una manta de pelos de conejo con dos cuerdas de guitarra en los labios y un hilillo de sangre que le partía el dedo índice en dos. 
Cuando los médicos lo recogieron, y yo seguía allí, él seguía sonriendo aun con los ojos cerrados, entre la victoria de ambos lados que era mucho más que la muerte, o que era lo mismo. Del otro tipo, del hombrecantimplora con alcohol destilado, nadie habló nunca, y sus pisadas no se descubrieron. Por eso iría descalzo pensé, aunque quizá tampoco hubiese existido más que entre los dedos y las grietas de mi amigo, mientras tocaba un blues y se quedaba vacío con un susurro entre los labios y una gota de cerveza colgando de sus muñecas. Descalzo en el swing, muerto de apoteosis.




jueves, 23 de enero de 2014

Dusko Goykovich - Ten to Two blues

Busco a la hija del viejo pescador, ¿puede ayudarme?
Algunos dicen que cayó de la barca porque vislumbró un cocodrilo (un coyote) entre las algas del fondo del río y se lanzó, de cabeza, detrás de todo lo que allí se podía esconder. Piedras preciosas, azafrán oloroso peces de colores fosforitos que rozaban sus muslos desnudos, sus pezones apenas cubiertos por dos piedras romas buceando hacia alguna esquina, una ribera, un estanque.
¿Quizá fue adoptada por los robles de la orillas que guardaron un espacio dentro de sus troncos para ella?
Quizá las ramas la acogieron y los peces la devoraron porque vería lo que nadie más: es peligroso, cuidado!, ¿la has visto? Quizá no sea ella, por eso la busco, quizá sólo sea otra: Otra, ¿OTRA? Cualquiera: cajeras de supermercado tienen sus ojos, la china que corta las uñas en la esquina sentada en un taburete de un sólo pie (puede ser ella, los rulos cayendo en la sien), las mujeres que aguardan en el metro la estación perdida: faldas de tubo maletines de caimán, ¿dónde te has metido? Esa chica en la sala de cine mordiéndose las uñas rabiando entre el escote una canción Agrabá me recuerda a ti y a tus sueños cuando te metías en la cama en un ovillo y decías: que vengan que vengan y enseguida te dormías esperando a los gordos cazadores de tesoros y las mujeres negras y la hoguera que aparecía vislumbrada tan sólo para ti.

La canción decía que tu padre cantaba un blues con un cigarro cogido del bigote, no había cervezas pero había expectación. La canción decía que tu padre venía de tierras lejanas como un jinete con leyendas en la espada y un huevo duro para comer, las melenas enredadas entre huesos de perros que se agarraban a su espalda para seguir la estela: tu padre era la canción, ¿verdad?
Quizá por eso te tiraste, para seguir la historia de los hilos, persiguiendo al coyote (el cocodrilo) que nadaba en un río a las afueras de la ciudad mientras el hilo de pescar seguía quieto, en calma, como suspendido, y tu padre cerraba los ojos porque eso era lo que había de suceder y estaba marcado en los pelos de su barriga desde el principio de los huevos en alta mar.
Había dos tormentas y la ciudad se sacudía con las mantas. En las calles la gente mira extraño cuando pregunto por la hija del viejo pescador, ¿dónde está, la han visto? Lleva muerta ocho siglos, idiota!!
Niego con la cabeza. No es que nunca la encontrasen, no es que su cuerpo apareciese en el interior de un oso pardo de dos metros de cola. El tiempo no pasa, dice su padre. Ella sigue siendo la misma. Y su sombra se esconde entre los árboles. Más allá de las nubes. Detrás. Bajo de las piedras del río Nim.
¿La has visto?
Lo sabrás.

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jueves, 16 de enero de 2014

Mulatu Astatke - Ethiopiques

Son cuerpos, ¡cuerpos!, que parecen plastilina, goma de mascar, que se estiran y se retuercen y se disuelven en el barro para luego volver a lanzar la piedra, recogerla, tragarla, comer: ¡son cuerpos!, y tienen que comer.
No sé por qué siempre les veo en el barro, el barro de dos estacas clavadas en profundidad mística o desconocida (el misterio), y sus movimientos que son de plastilina o de LSD o de formas en sí lánguidas pero con una fuerza que viene de no sé dónde (¿dónde?) hacia no sé qué (hacia el barro desde el barro probablemente), pero en sí: imaginad, un pedazo de cera derretida que se bambolea y se sacude y suelta un gemido lleno de ángeles y de botellas de aguarrás, un gemido de árboles pantanosos y de porros de mariguana y sexo sin piedad (¿es eso el barro?), para luego derretirse del todo como una sopa en el barro y volver a salir de él en un acompañamiento pasivo (ojo, que no incestuoso), del tema principal.
Lo importante es la fuerza. Y la fuerza es movimiento. Acción. Por mucho que sea un desvío en una encrucijada donde la izquierda lleva a la muerte y la derecha lleva a la muerte y el centro es la muerte (¿es eso el barro?), ellos se mantienen y eligen la dirección sur suroeste, intransitada por supuesto, que ni siquiera es un camino y tampoco es una dirección, abriendo matorrales con una daga que ni siquiera pincha, imaginad, una daga, literalmente, sujeta por plastilina: ¿debe eso resistir? Eso es lo más fuerte, lo único que aguanta porque se descompone y vuelve a nacer.
Resurrección: al fin y al cabo, una sonrisa. Resurrección, desde el barro. Un soplo de viento, una flauta tranquila: quietud, no más golpes de puertas, sólo quieren sonido: el gemido de la resurrección.
Mientras los escucho eso es lo que sale con la guitarra y el saxo: una barra de pan fresco: ene alantchi alnorem mi amor, quiero revolcarme en el barro y salir como una pieza de juguete o un trozo de cera derretida, una botella de coñac, ¡un pedazo de sobrasada sangrante! Un pedazo de la comida de las profundidades, del barro al barro, con todos ustedes.

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