Algunos dicen que cayó de la barca porque vislumbró un cocodrilo (un coyote) entre las algas del fondo del río y se lanzó, de cabeza, detrás de todo lo que allí se podía esconder. Piedras preciosas, azafrán oloroso peces de colores fosforitos que rozaban sus muslos desnudos, sus pezones apenas cubiertos por dos piedras romas buceando hacia alguna esquina, una ribera, un estanque.
¿Quizá fue adoptada por los robles de la orillas que guardaron un espacio dentro de sus troncos para ella?
Quizá las ramas la acogieron y los peces la devoraron porque vería lo que nadie más: es peligroso, cuidado!, ¿la has visto? Quizá no sea ella, por eso la busco, quizá sólo sea otra: Otra, ¿OTRA? Cualquiera: cajeras de supermercado tienen sus ojos, la china que corta las uñas en la esquina sentada en un taburete de un sólo pie (puede ser ella, los rulos cayendo en la sien), las mujeres que aguardan en el metro la estación perdida: faldas de tubo maletines de caimán, ¿dónde te has metido? Esa chica en la sala de cine mordiéndose las uñas rabiando entre el escote una canción Agrabá me recuerda a ti y a tus sueños cuando te metías en la cama en un ovillo y decías: que vengan que vengan y enseguida te dormías esperando a los gordos cazadores de tesoros y las mujeres negras y la hoguera que aparecía vislumbrada tan sólo para ti.
La canción decía que tu padre cantaba un blues con un cigarro cogido del bigote, no había cervezas pero había expectación. La canción decía que tu padre venía de tierras lejanas como un jinete con leyendas en la espada y un huevo duro para comer, las melenas enredadas entre huesos de perros que se agarraban a su espalda para seguir la estela: tu padre era la canción, ¿verdad?
Quizá por eso te tiraste, para seguir la historia de los hilos, persiguiendo al coyote (el cocodrilo) que nadaba en un río a las afueras de la ciudad mientras el hilo de pescar seguía quieto, en calma, como suspendido, y tu padre cerraba los ojos porque eso era lo que había de suceder y estaba marcado en los pelos de su barriga desde el principio de los huevos en alta mar.
Había dos tormentas y la ciudad se sacudía con las mantas. En las calles la gente mira extraño cuando pregunto por la hija del viejo pescador, ¿dónde está, la han visto? Lleva muerta ocho siglos, idiota!!
Niego con la cabeza. No es que nunca la encontrasen, no es que su cuerpo apareciese en el interior de un oso pardo de dos metros de cola. El tiempo no pasa, dice su padre. Ella sigue siendo la misma. Y su sombra se esconde entre los árboles. Más allá de las nubes. Detrás. Bajo de las piedras del río Nim.
¿La has visto?
Lo sabrás.
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