jueves, 26 de junio de 2014

Medeski, Scofield, Martin & Wood - Out Louder

Recién llegado me siento en los tejados para mirar una estrella que sea nave y vague por el desierto, una estrella que palpe, que confluya con mi dedo al aire que llegar al punto que existen, ¡si no hay ninguna!, y sólo luces rojas que parpadean en las torres de los rascacielos, ruido de una papelera rota ahí abajo, un perro que ladra en la terraza cerrada de su mundo, el movimiento de los coches que zumban en la avenida todos con las ventanillas tintadas. Cómo se siente todo, como si en realidad nada estuviese ocurriendo salvo el dedo que sujeta un cigarrillo y la brasa que lo consume caminando por la acera, de espaldas, el juego que un niño saca al patio y desdobla en millones de partes con millones de casillas extendidas en baldosas rotas, las canicas que bordean el tablero y en realidad siempre se tarda mucho en explicar cómo jugar y para qué sirven las pistolas, el juego de las luces en los semáforos que tienden a un intervalo de no-repetición, ¿dónde estamos todos?, el invernadero en el desierto, la capa de desintoxicación y se me olvida siempre subirme la botella de tequila, en los tejados, para sorber con este aire cargado de violaciones en las callejas a donde no llega la guardia real.

Bragas rotas en desagües.

Un hilillo de baba cayendo desde lo alto de una farola.

Los perros se masturban en los vertederos del río y ya no hay (o nunca ha habido) volcanes entre la niebla, se extinguieron en las dunas y ya nadie mira con recelo, el humo se escinde, los tejados crujen y dos palomas me observan como si yo fuese el pan y ellas la muerte, y si tuviese el tequila lo bebía con vosotras para estamparlo como puñales en la boca del señor pero en realidad es muy oscura la avenida, en realidad no hay mujeres que se abran de patas a estas horas de la noche, sobre la hierba de algún parque (virgen), con las hebras a flor de piel y un espacio (un hueco) que una sus labios de la noche con la realidad que se oculta detrás del espasmo, la boca que se abre hacia la llama, la madriguera de una urbe cerrada que come con los ojos agrietados, dónde estoy en verdad si no quiero conocer nada, si en realidad no quiero saber lo que ellos pueden decirme si no se aparecen como tragaperras en el casino replicando la beldad de una fiesta, ¡tin tin tin!, y me falta el tequila y cierro los ojos ante una paloma que se asoma a mi regazo y quiere morder, pues muerde, muerde aunque yo cierre los ojos y la mujer de Verde con los Ojos descalzos me abra la semilla de un paraguas, entremos, salta al río, buceo, y ella delante de mí agita los pies como un delfín que sacude entre las corrientes y con cada dedo del pie se vislumbra la pepita de entre sus piernas que al salir del agua me regala con una sonrisa, ven, sal del río me dice, húndete en la hierba de la ribera, mece las hojas de alrededor con el sonido de una selva que no existe, pero que puede existir, besa mis pecas me dice (beso su ombligo, beso su sudor que se araña en los sobacos del mundo, pero sabe a seco, ¿también aquí el desierto agrieta la piel blanca de una dama?), no tengo crema hidratante me dice, y todo se diluye y son mis dedos que también me traicionan porque en el fondo (en la superficie) la paloma se ha comido mis uñas y ahora va hacia los cartílagos y al nudillo y veo que quiere mis ojos también, pero puedo aguantar, sentado en los tejados, el tequila aparece y puedo aguantar con el tapón, bebe, Julia de los Ojos Verdes, sorbe conmigo, aguantemos juntos donde sea que te escondas de las dunas del desierto que te salan la piel.


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