sábado, 28 de septiembre de 2013

Tete Montoliu - 1995

A él sólo le importan dos cosas en el mundo: tocar el piano con la mano cambiada y escuchar el fútbol. Por eso vive en una sala de vals, donde todos, tan bien vestidos y ataviados de disfraces y colgajos de época victoriana (tan olorosos), van dando vueltas y girando y dando vueltas en un baile de medias blancas y sonrientes por el suelo de madera mientras él, Tete, en una esquina, mueve la cabeza adelante y atrás al ritmo de sus pedales y sus dedos, al ritmo del penalti que grita la radio, imaginando patadas voladoras y rechaces a media voz, sobre todo imaginando goles por la escuadra que levantan el césped hasta dejarlo a la altura de la luna.


También es un poco cegato, y por eso le da igual si le ponen una tele en la sala de vals donde vive (él vive en el sonido), y por eso cuando una mozalbeta de corsé subido de tono y pomelos en las mejillas se le acerca para charlar de la alineación del Barça a él no le queda otra que palpar: la música se para un instante (para eso está el contrabajo) y sus dedos acarician de todo lo que se puede acariciar, y aunque a veces empiece por la nariz vaya uno a saber por dónde puede acabar! Es un momento de cierto escándalo (para está el contrabajo) y las medias se detienen y ya no hay baile ni giros y depende de la mozalbeta soltar un grito de ayuda y muerte al violador o un gritito de esos solapados que parecen salir directamente de la entrepierna, normalmente húmedos. A veces aparece un coyote por entre la sala y todos se vuelven locos venga a correr que nos come, aunque lo más normal es que Tete se desconcentre por un tiro al palo o un fuera de juego de esos difíciles que siempre acaban con una tangana de circo, y vuelva a palpar sus teclas y su pedal y sonría de lado al contrabajo (para eso está) y también sonría de espaldas al coyote, que ahora mueve la cola bailando con la mozalbeta, y todo vuelva a girar y dar vueltas y girar en esa sensación que le envuelve todo el rato: como si todo fuese muy serio y muy cómico al mismo tiempo, como si todas las cosas estuviesen pasando y todas las cosas pasasen de la misma forma y no importase realmente: no importa nada salvo seguir girando y dando vueltas y palpando y tocando sin fin.

En realidad, él vive en la sala de vals porque nada puede detenerse, porque cuando se detenga todo se detendrá y Tete ya no podrá palpar más medias ni pomelos ni teclas y caerá rendido al suelo de madera y el coyote se tumbará a su lado y aullará un último sonido que termine la canción, mientras el árbitro cuenta el descuento y los balones vuelan de un área a otra y los porteros fuman puros larguísimos esperando a que alguien pite algo, o que todo vuelva a empezar.
Algunos lo llaman el síndrome de la prórroga.
Para Tete era la belleza del arpegio.

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miércoles, 25 de septiembre de 2013

Lou Donaldson - The Natural Soul

Siempre le veo apoyado en una farola, en mitad de la calle como un poste perezoso, camaleónico, inclinado sobre su saxo apenas rozando con sus dedos las teclas más graves.
Ojos cerrados boca apretada Lou le llamo.
Para otros, su nombre es tan sólo el vagabundo más lento del mundo.
Yo diría que es perezoso.
Desde aquí arriba sus dedos parecen estalactitas que se extienden como arterias por la farola. La gente de la parada del bus le observa con una sonrisa partida como si estuviesen diciendo cuándo va a empezar a tocar de verdad, cuándo empezará a caminar rápido o a tener prisa o a coger el bus en el último segundo cuando sales de casa sudando porque no te dio tiempo a terminar el café.
Algo así.
Pero boca de rana Lou es perezoso, y ahora empieza su segundo tema de la mañana sin detenerse a mirar si alguna moneda cayó en el estuche abierto en el suelo o si las gaviotas se llevaron la pana de una mujer hermosa. Dedos quietos es su estilo, y sólo importa eso.
No sé entenderlo, de verdad, pero puedo mirarle durante horas.
Sólo importa el sonido, como si cada nota costase un mundo al despegarse y el peso fuese tan grande, el peso de la parada del bus y el peso del panadero que grita las ofertas, la mirada de un segurata que fuma afuera de la tienda mientras él permanece, y él está, desplegando poco a poco articulaciones seguramente antiquísimas que devienen de manos parsimoniosas y a veces pienso que su padre debió de ser relojero con lupa y anteojos diminutos moviendo los engranajes de un cuco poco a poco para que todo encaje de una manera absolutamente cierta.
A veces estalla en un grito agudo que parece soltarlo todo y se despega de la farola y sus rodillas se estremecen como si cayese todo el polvo y todo el hielo que se había entumecido en su cuerpo. Entonces suelo imaginarle, pequeñísimo, escondido detrás de las teclas del saxo por donde el aire se debe colar para que suene algo, como un cachorro en su madriguera asomando desde el metal, como un niño perdido que ya no tiene Wendys en su vida, o quizá sí, pero Wendy se cambió de camisa y ahora viste cañas rasgadas y un metal que ya perdió su cromado y el abrazo de Wendy es la abrazadera donde apoyar su sonido.
Le miro, le miro, y todo sigue igual.
Algunos corren por detrás de él o saltan su estuche para llegar hasta el bus, que va a salir!, que sale!, mientras el gitano grita en una esquina, que se me escapan que se me van que me los quitan de las manos estos melones señora!
Puño tranquilo Lou permanece. Y abre los ojos apenas una rendija mirando al cielo, quizá sonríe, no llego a verle bien desde aquí pero creo que sí, seguro que sonríe. Por eso es el vagabundo más lento del mundo, reposando sobre sí mismo, escondido por dentro de los engranajes de su saxo desplegando los sonidos perezosos que le llaman desde dentro.
A veces creo que me llega el olor de su tranquilidad, y entonces me digo: no importa entenderlo.

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viernes, 13 de septiembre de 2013

Joe Henry - Blood from the Stars

Trouble is so underrated

Sangre de estrellas, muerte a la tormenta.
Espadas suspendidas en los calzones. Amuletos ocres, caminos oscuros de farolas carcomidas.
Porque la tormenta soy yo. Soy rayos y relámpagos y los cuchillos que atraviesan el corazón cada vez que miran tus ojos llenos de barro y musgo y brotes de amapolas.
Hay una guerra, una guerra contra el plato llano y la penumbra del desierto. La guerra que libran los bandos del quiero el peligro en cada esquina, las voces de el amor es el presente, los labios que gritan bajo alguna lluvia ácida: he venido a traer la espada, no la paz; he venido a cazar al pozo, a contar su historia cuando todo esté limpio.
Son un montón de voces que llaman desde el descampado, voces que hacen, voces que sienten mirándose a los ojos traspasando el polvo de una noche de verano donde nunca llueve. Porque las voces son la lluvia, y desde lejos se ven las luces de la ciudad que vamos a arrasar. Un ejército de hartos marsupianos y sucios malabaristas de copas y alacranes que sólo saben gritar y cortar la tela que nos envuelve y saltar al abismo con una mano entre las piernas y la otra blandiendo el relámpago de la emoción. Un ejército que camina despacio porque quiere el rayo y quiere la tormenta que son tus labios y quiere morir en cada espasmo, señorita Pasión, mujer llena de peligros y escuadras afiladas, llévame a tus tripas, llévame a tu salto.
Todos decimos lo mismo.
Todos venimos a traer la piedra.
Todos venimos a lanzarla, y a separar a los padres de sus hijos y a las esposas de sus maridos.
Muerte a la tormenta, porque la tormenta somos todos.
Viva el peligro y viva la voz que lo cante, aunque sea en un hueco de alcantarilla.

Y caminamos, caminamos. Y cada vez estamos más cerca, aunque sabrás si realmente estamos cerca.

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martes, 10 de septiembre de 2013

Silvia Pérez Cruz & Javier Colina Trio - En la imaginación

En la imaginación ella canta mirando por la ventana, mirando hacia fuera, mirando la calle donde estrellas y manos agitadas, farolas de lumbre, bicicletas caracol y la acera llena de flores que crecen aunque nadie las riega si no es por la noche.
Ella riega las cortinas con su voz.
Ella canta despacito oliendo las formas que sabe a su alrededor. Y dice:
quién serás tú que me invitas a amar.
Y la luna tiembla. Las formas se abrazan también despacito porque el calor es su hueso y el calor es su espalda. A quién dice ella, porque dice a todo: canta a la calle que mira y le responde con un soplido que casi apaga las lumbres doradas. A quién dice si no es cada puerta y cada eslabón del sueño, cada sombra de autobús, cada parada en la esquina de jóvenes borrachos que también cantan sus carrozas y sus alas, con las manos al aire y los labios despeinados.
Ella ríe y parpadea con sus brazos de señora y sus ojos de aprendiz. Ríe de sombras esperando el piano que aparezca doblando sobre ruedas por la calzada. También tiembla ella, porque la luna es su amiga, desnuda mirando por la ventana en un cajón que es su latido. Y las luces titilan en carcajada con su sonrisa y los árboles tambalean en el ritmo que ella les canta para seguir. Sin dejar de reír, sin dejar de llorar en el espacio del piano, acodada en la ventana.
Y todos saben que ella ríe porque ahora dice:
sospecho que tú eres, que tú eres nadie.
Y en la imaginación, cuando ella dice nadie siempre dice todos.
Y cuando dice todos es amor.


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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Donald Byrd - Chant


Ellos comen alcachofas para desayunar, eso lo sabe todo el mundo.
Se les puede ver a través de un cristal tintado cuando se sientan (todavía medio dormidos) y sus cabezas se inclinan sobre las alcachofas que van abriendo hoja a hoja, despacio, hasta llegar al corazón blando y jugoso que empapan con aceite y vinagres frutales.
Entonces se detienen, respiran. Se miran entre ellos y sonríen porque, claro, todo el mundo sabe que en el centro de las alcachofas se puede ver el futuro y el pasado (y también el alma si pones mucho empeño) y por eso ellos lo miran muy quietamente como si mirasen, por dentro de sí mismos, las cavernas donde se bebe agua de los ríos negros y los suelos oscuros de baldosas anagramas y el altar del perro y la chicha ardiente donde uno siempre se puede decir: aquí está el meollo, este es el centro y a partir de aquí cantamos.
Luego ya no se les ve. Ya se han comido los corazones y se levantan muy rápido, y el cristal es muy grueso para escucharles eructar. Los platos quedan recogidos y ya no hay nadie salvo un sonido como un frssss de cortinas que se deslizan del mundo (seguro que cortinas grandes y pesadas, rojas).
Es entonces cuando empieza la música y viene desde un lugar que no se puede ver: un canto en el que vuelven la sonrisa a la alcachofa-imagen que quedó por dentro de sus ojos: la alcachofa misma, la alcachofa-mito de donde salieron todas las alcachofas que uno puede comer y mirar en el mundo. Por eso todos hablan de lo mismo, aunque en sus propias voces de barítonos y solitarios, o de agudos sobreagudos que se empapan en las paredes del estudio que yo imagino llenas de liquen y musgo, como un útero de alcachofas en las que se convierten ellos mismos muy despacio o muy rápido (según el flow de la canción). Porque, esto lo sabe todo el mundo, en las alcachofas están tanto el blues como el soul como la tristeza y el salto al aire con palmadas y algarabía, y sólo depende de ellos recordar la alcachofa melancólica cargada de amapolas mustias, o imaginar la alcachofa profeta que contaba la historia de una chica emocionada por vivir. Y, claro, imaginarla es tocar un canto para ella, para la chica que también fue la alcachofa: su mujer, su amor y su destierro, su lento caminar.

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