miércoles, 4 de septiembre de 2013

Donald Byrd - Chant


Ellos comen alcachofas para desayunar, eso lo sabe todo el mundo.
Se les puede ver a través de un cristal tintado cuando se sientan (todavía medio dormidos) y sus cabezas se inclinan sobre las alcachofas que van abriendo hoja a hoja, despacio, hasta llegar al corazón blando y jugoso que empapan con aceite y vinagres frutales.
Entonces se detienen, respiran. Se miran entre ellos y sonríen porque, claro, todo el mundo sabe que en el centro de las alcachofas se puede ver el futuro y el pasado (y también el alma si pones mucho empeño) y por eso ellos lo miran muy quietamente como si mirasen, por dentro de sí mismos, las cavernas donde se bebe agua de los ríos negros y los suelos oscuros de baldosas anagramas y el altar del perro y la chicha ardiente donde uno siempre se puede decir: aquí está el meollo, este es el centro y a partir de aquí cantamos.
Luego ya no se les ve. Ya se han comido los corazones y se levantan muy rápido, y el cristal es muy grueso para escucharles eructar. Los platos quedan recogidos y ya no hay nadie salvo un sonido como un frssss de cortinas que se deslizan del mundo (seguro que cortinas grandes y pesadas, rojas).
Es entonces cuando empieza la música y viene desde un lugar que no se puede ver: un canto en el que vuelven la sonrisa a la alcachofa-imagen que quedó por dentro de sus ojos: la alcachofa misma, la alcachofa-mito de donde salieron todas las alcachofas que uno puede comer y mirar en el mundo. Por eso todos hablan de lo mismo, aunque en sus propias voces de barítonos y solitarios, o de agudos sobreagudos que se empapan en las paredes del estudio que yo imagino llenas de liquen y musgo, como un útero de alcachofas en las que se convierten ellos mismos muy despacio o muy rápido (según el flow de la canción). Porque, esto lo sabe todo el mundo, en las alcachofas están tanto el blues como el soul como la tristeza y el salto al aire con palmadas y algarabía, y sólo depende de ellos recordar la alcachofa melancólica cargada de amapolas mustias, o imaginar la alcachofa profeta que contaba la historia de una chica emocionada por vivir. Y, claro, imaginarla es tocar un canto para ella, para la chica que también fue la alcachofa: su mujer, su amor y su destierro, su lento caminar.

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