miércoles, 19 de junio de 2013

Lyambiko - Out of this Mood

Ella me recuerda a ella. Supongo que por la piel morena y la garganta rasgada, la respiración profunda que parece un estertor, o una risa. Un vómito.
Ella vomitaba con la pasta de dientes. Supongo que buscaba su anhelo porque siempre la veía meterse el cepillo hasta la campanilla, con saña, como una linterna en exploración. Luego ella se limpiaba las comisuras como una dama y sonreía como una puta y se marcaba los labios con lápices de acuarela sin dejar de sonreír.

A veces pensé que tenía un coyote muerto en sus tripas. Porque se vestía como una diva, pero nunca quiso cantar. Porque tenía flores en el pelo, pero siempre eran de plástico.
Al escuchar Work Song a veces la imagino, risueña como una niña, con una bata verde manchada en los costados de tanto apoyarse en las paredes para un descanso (porque la vida era dura y nadie la había inventado) mientras tarareaba la melodía entre dientes, sin dejar que el sonido saliese del todo.
Supongo que era eso lo que buscaba entre la campanilla y el cepillo de dientes. Supongo que era el sonido, porque cuando abría la boca para cantar sólo salían gorgoritos y a veces algún ladrido lastimero del muerto que portaba entre las tripas. En realidad, creo, no se daba cuenta de que los coyotes muertos sólo salen al abrir la voz, o la mente, o el coxis, cuando las putas se abren de piernas y muestran la selva de orquídeas que llevan entre los muslos.

Supongo que si ella me recuerda a ella es porque ella es la imagen de la cantante que yo creo que ella quería ser. Todo un experimento. En el fondo todos tenemos coyotes por ahí, en los pozos y las minas, coyotes vivos o coyotes saltarines, coyotes que son payasos de circo o coyotes que buscan el quark encanto porque necesitan ese olor aunque aún no saben lo que es. Ella tiene un coyote de canto rasgado y respiración de aguante y sacrificio, de pelos de punta, de escarpias en las vergas y amuletos de la suerte sobre la tapa del piano. Claro, ella también tiene un pianista, un pianista coyote de los buenos, de esos ojo avizor ten cuidado amigo: soy peligroso porque toco las últimas teclas del piano. Y cuando tocan, cuando ella alarga la voz y una nota de sus cuerdas queda por encima mientras el piano se marca un solo de aporreo, entonces cierras los ojos y ves una jauría de animales que corren entre las selvas y mean los árboles, mean los lagos y las lunas y comen todos los frutos y las bayas que encuentran, sin dejar de aullar. Sobre todo sin dejar de correr en ningún momento, sin dejar de respirar. Supongo que por eso ella me recuerda a ella. En el fondo es la ella que a mí me hubiese gustado ver, corriendo por los bosques más en pelotas que en calzones, meando en cada matorral sin dejar de cantar, con las bocas bien abiertas y las tripas bien abiertas y los pozos y las minas saneados después de la extracción.


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