martes, 11 de junio de 2013

Grant Green - Goin' West

Qué tranquilidad!, qué parsimonia al caminar!
Mira cómo gira la esquina y se mete en aquel bar, mira cómo hace con sus notas esos malabares arabescos y sus notas le alzan el vasito de pacharán hasta la boca, sin esfuerzo, como flotando. Incluso en la barra sus dedos no dejan de moverse (y en la radio sólo suena la batería que acompaña el tamborileo). El barman va vestido de payaso y Grant le regala un arpegio de los difíciles contra la barra, un arpegio de esos que dan vueltas y no sabes muy bien cómo siempre vuelven al mismo sitio. Otro vasito! Hombre claro.
Detrás de él hay dos gángsters enanos con trajes rojos y corbatas fucsias que hablan en voz bajita y se palpan las rodillas por debajo de la mesa. Hay mesas ocupadas por escarabajos gigantes y mesas ocupadas por rubias semidesnudas que se perfilan los labios con el tedio del que las ve venir el resto del día. Hay policías fuera en la calle y hay policías escondidos detrás de la máquina de café y a lo mejor los enanos gángsters también son policías y por eso parecen tan nerviosos de estar allí (como todo el mundo lo parece, incluso en la calle o en las camas de matrimonio, nerviosos, nerviosos!!), pero Grant sigue con su tamborileo, con su ritmo invariable que aprendió en las tardes solitarias de Chicago donde sólo tenía la guitarra una hora y media (pero qué hora y media!), un ratín. Pero claro, decir que lo aprendió es como decir que uno se aprende a sí mismo (se descubre?) y en realidad su tamborileo es como un giro cósmico multiplicado por sus ojos de fumeta que ahora buscan la primera hebra del día. Ya es hora de salir de aquí, amigo. Ya es hora, repiten sus dedos en el último ratapám y le elevan del taburete mientras se despiden del payaso (payaso triste ahora porque se le va la brisa de verano).

Grant ya está en la calle, pero la calle es una cinta transportadora que le lleva, le traslada, le mueve por mucho que no haya ruedas ni mecanismos. El tema está en las manos y en el corazón (que ahora palpita, un tempo, dos tempos, catapúm y vuelta a empezar). El tema es la cinta y el magnetismo de una realidad que se abre, flus, en un instante, entre los rascacielos y los valles de hierba fina, como un telón: una Arcadia para dedos, un sauce para los que buscan sombra, un campo de centeno donde esperan los pianos y los bongos, la guitarra de roces sinceros que lleva toda la mañana tocando, un lugar sin tiempo para un tipo sin prisas. Es eso lo que hay detrás de los polvos y las sombras? Eso, y gente desmembrada que llora de alegría, porque de sus dedos caen gotas de licor rojo y de sus ojos cerrados se escapan imágenes de enanos payasos que sonríen con amabilidad y rebotan con nerviosismo.


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