martes, 25 de junio de 2013

Dead Capo - Sale

Son unos desfasados. Y unos gángsters. Aunque en realidad, en el escenario, les veo vestidos como les da la gana, mirándose entre ellos así un poco distraídos, mirando a una grada donde un desconchón en la piedra roseta o sin mirar a ningún sitio (como se mira hacia dentro, digo yo), sacando sonidos desfasados que parece nunca van a encajar con el resto del tema, o con la melodía (si es que hay) o con la escala, y van y todo hace clic como si ellos cuatro fuesen una manivela gigante de dar a la tecla.
Les importa un pepino si la gente pide chupitos de María y Magdala o se sacan los mocos con las servilletas del McDonalds que se han llevado con el menú, ellos están como si no estuvieran, en su mundo (en su sonido) y en su música, que es como una sobreexposición de un fotograma a todas las millones de luces que estos tíos deben de haber escuchado.
Me los imagino jugando al pilla pilla con algún gato gigante e invisible que nadie entre el público ve. Que te pillo!, que te agarro el pescuezo!, ven aquí cabronazo (aunque no hablan y sólo mueven los labios para expresar singularidades técnicas del aire y la conducción de fluidos universales). Por eso, al final siempre lo cogen, al pobre gato gigante, y se lo acaban zampando allí arriba, con un poco de ketchup que le roban al tío de las servilletas del McDonalds. Lo más asombroso es que, durante la odisea de la caza del gato gigante (que en su idioma se llama "Carnaza"), siguen tocando tranquilamente y sólo se les ve (si uno presta atención) una ligera mueca como de apretar el maxilar inferior cada vez que el gato pasa por delante meneando la cola.
A veces parecen de banda sonora de Tarantino y a veces de grupo heavymetal con sus chirridos y sus rasgados, pero en el fondo, en su aglomerado militante, hay una coherencia brutal: una inquietud de descampado. Un pasto raleado y vallas electrificadas, una batería descuartizada y tres trozos de pared donde algún niñato ha pintado dos pollas entrecruzadas como si fueran el comienzo de una bandera pirata. Al fondo se ven los luminosos y los neones de putis y hoteles y casinos y casas de apuestas, y se ven los edificios grandes de cartón ladrillo (todos muy postindustriales) con vayas de anuncios de tías en pelotas que te venden trozos de lechuga clandestinos.
En ese descampado es donde tocan, mirando el cielo lleno de ruido ambiente y aviones de carga. Esa es su inquietud. Y ellos, despacio a veces o muy rápido, van llenando el silencio para que al final, gracias a dios!, aparezca un gato gigante o un chico con patatas fritas o una señora en paños menores que les arregla los cables y tira un beso al infinito (eso que en su idioma se llama "Cicatrizando el aire").


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