También se nota que van muy rápido, aunque a veces te parece como si estuviesen tranquilamente desgranando algunas judías sentados a las puertas de una finca llena de piedras y cactus con formas extrañísimas. En eso me recuerdan a Django, y es que tienen algo tan especial como él lo tuvo (ay Django!, que diría Green). Esa especie de gitanismo que recorre el país (los países) de costa a costa, como si los gipsies fuesen la descendencia de los primeros hijos del mundo y tuviesen la palabra y tuviesen, realmente, la palabra para mezclar en una sola todas las piedras y los cactus de formas extrañísimas que habitan por ahí (es decir, por todos lados).
A lo mejor por eso se divierten, como si para ellos fuese un juego, un puzzle para niños tan natural que por eso se llaman Los Dedos del Hombre, y por eso van juntando piezas diminutas como si fuesen enormes, juntando canciones de ferias y tablaos, sonidos de la tele, sonidos del Oeste, canciones que escucharon sus padres en la radio y seguramente, canciones que escucharon sus abuelos y sus bisabuelos de los dedos de sus padres cuando estos todavía podían tocar con los ojos cerrados.
Un amigo me dijo que una vez los vio en el puente de una ciudad del sur de Francia.
Parecían un grupo de guitarristas vagabundos, con las bocas apretadas y los ojos perdidos por allá atrás, seguramente en sus dedos, o muy detrás de sus dedos donde se esconde el sonido, pero tocando tan rápido que sus dedos dejaban de verse bien y parecían borrosos y sobre todo parecía que había millones de dedos tocando al mismo tiempo la misma guitarra de jazz arañada.
Son tres a veces, o cuatro casi siempre,
pero debe de ser que tienen millones de dedos tocando al mismo tiempo, dedos antiquísimos (o muy nuevos, dedos de bebés), en todo caso dedos muy gitanos. Seguramente estén por ahí los dedos de Django diciendo, dejadme un hueco coño!, mientras ellos empujan (o se dejan llevar) y ronronean sobre el puente y gritan todo el rato, a un lado todo el mundo que voy!, como si fuesen a despegar en un cohete con forma de cactus gigante, aunque en el puente donde mi amigo les vio nadie se movía (salvo esos dedos borrosos) y nadie decía nada y todo el mundo se dedicaba a mirar las sonrisitas que les salían en los solos y los ojos perdidos por allí atrás que parecían de concentración pero que en realidad yo creo que eran de trance. Un trance de dedos que se flipan contando las judías y las piedras y los cactus que recorren los países de costa a costa como si nada.
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El minuto 4 del vídeo es acojonante
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