jueves, 25 de abril de 2013

Jazz with Albert Nicholas

En la calle hay una llama roja; hay una mujer negra que baila con las manos en la tripa y gira y gira y sus ojos se abren en blanco; hay un hombre con traje ejecutivo y máscara de tigre que hace clap clap con las manos y top top con las suelas de unos zapatos viejos; hay dos carrozas que sueltan humo amarillo y serpentinas negras y unos pocos enanos recogiendo caramelos para ofrecer a las palomas; en la calle hay bandidos que bailan con los dedos como garras y abren y cierran esas garras con fervor como si tuviesen espasmos infinitos; hay un negro que toca el clarinete con la fuerza de tres caballos gigantes, y hay dos parejas que bailan muy lento con los pies sobre otros pies y se lamen los cuellos con cuidado raspando el sudor; en la calle hay plumas, millones de plumas que vuelan de un lado para otro desde los balcones más altos donde señoras y niñas enseñan los pechos con una sonrisa de chocolate: sólo una muestra del afecto por la llama roja (una llama roja para todos, una llama roja encendida en las carnes y en los intestinos).

En la calle la cosa se mueve. Menuda cosa! Las dos parejas bailan con los bandidos y el ejecutivo con máscara de tigre hace clap clap en los pechos de dos niñas que ríen con ternura. Los zapatos viejos se los dejó en casa con la mujer negra que gira y gira y las plumas la envuelven en una especie de ciclón trémulo y esponjoso mientras el clarinete suena cada vez más alto y más puro, y los tres caballos gigantes tiran ahora de las carrozas, y humo, mucho humo por todos lados! El humo los rodea a todos, hasta que la canción se detiene. Todos se miran un instante entre ellos, detenidos (observando también las plumas que caen del aire, y que son aire), detenidos hasta que otra canción vuelve a sonar, despacio, quizá más lenta o quizá con esa pausa que les hace inclinarse de un lado a otro, pasando el peso del cuerpo de una pierna a la otra, hasta que Albert inclina también su clarinete y suena rasgando hasta el cielo con las plumas que suben otra vez hasta los balcones donde las señoras agitan pañuelos y dos flores muy rojas indican que la llama sigue bullendo por ahí, por todos lados, por la calle y las aceras y las tiendas de tabaco y los vendedores de perritos calientes y cervezas baratas que se escurren en la multitud.

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