Abdullah Ibrahim es un chamán, al estilo de Duke. Aparece escondido entre el resto de su banda, marcando, apareciendo cada vez un poquito para seguir, para vigorizar, quizá simplemente para animar al siguiente a que encuentre eso (ESO), y no lo suelte.
En realidad es un director de orquesta, al estilo de Duke, organizando, sacando eso (ESO) que sabe que cada uno tiene, que cada uno lleva implícitamente dentro de sí. Él mueve hilos, y ellos también se mueven con él, y lo que nunca llegas a entender es si ellos (Ellos) también se moverían si Abdullah no moviese tantos hilos todo el rato sin parar.
Su estilo suena conocido, al estilo de Duke, porque suena como muchas cosas que han pasado o están pasando, pero como si te las contase un tipo perdido por el desierto, o un tipo que camina sin parar a través de la sabana para encontrar algo (cualquier cosa, una fuente de agua por ejemplo), y lo ve todo sin ningún prejuicio, contento de verlo todo así, casi inocente.
Es decir, que te las cuenta un tipo que está ahí (realmente Ahí) y que, precisamente por eso, parece que no está contando mucho más que una vuelta, o un encuentro casual, o una ruedita de madera que una vez encontró entre la arena.
En todas las canciones que he escuchado de él, Abdullah Ibrahim nunca se marca un solo de esos en los que sus manos se mueven rapidísimas (aventureras) por el piano. Si acaso mantiene el ritmo, al igual que imagino sus pasos siempre constantes, el ritmo de seguir contando cosas muy simples, lo que es igual que decir cosas muy fundamentales.
Al fin y al cabo Abdullah Ibrahim es un chamán feliz de caminar por la sabana. También podríamos decir que Abdullah Ibrahim es como un niño, un niño feliz de contar a otros niños acerca de esa ruedita de madera que una vez encontró entre la arena.
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