miércoles, 24 de abril de 2013

Bix Beiderbecke - Bixology

A veces la música es redención, o vida (o ambas cosas).
Hablamos de un tío que murió con 28 años, alcohólico y repudiado por sus padres, de los que sólo buscaba un tanto de aceptación y otro tanto de comprensión. También hablamos de una de las primeras figuras, de un tío del que Louis Armstrong dijo que tenía el sonido más puro y limpio que había escuchado, un cornetista que suena como si todas sus nubes se diluyesen en un soplido.

A veces cuando escucho Singin' the Blues, algo como treinta segundos de solo dentro de ese tema, me quedo en blanco. Me quedo en esas cosas que van flotando, esa tranquilidad, esa calma que parece un Buda levitando sobre campos de maíz, muy por encima como si fuese brisa (nada más que brisa) y sol (nada más que sol) y a lo mejor también golondrinas y nidos y un cigarro puro que se va consumiendo despacio y también un tractor allí detenido (o quizá no un tractor, quizá la idea de un tractor, la idea de un arado o la idea de una tarde que se va oscureciendo).

Bix nunca salta, o cuando salta lo hace como un respingo dentro del sueño. El sonido es línea en la que posarse y reposar, césped mullido en explanada, un hilillo del que cuelgan calzones tendidos con pinzas de metal duro. Pero el hilillo mantiene el peso, sopla, vibra, mira dentro de sí y encuentra ese campo de maíz con dos alitas de pollo y una mujer tendida, silbando néctar con los brazos extendidos en un trozo de mar.
Y creo que, al menos durante esos treinta segundos, Bix se queda ahí, tendido junto a ella, oliendo sus dedos, reposando en el agua.

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