sábado, 24 de agosto de 2013

Pat Martino - The Return

Ser desnudo, pensaba en el bus, ser con el alma al raso, recordando sus ojos margaritas, sus ojos timidez que estrechaban todo el movimiento de la estación (todos los vientos) para que nada se moviese realmente. Los taxistas buscaban maletas que cobrar y las viejas buscaban las manos de sus nietos que acompañaban la paz de un día de viaje, y mientras, su mano izquierda (tan grande) buscaba mi pecho, palpaba mi pecho como ciega de repente en un momento tan crucial, tanteando con sus dedos la emoción de mis pulmones, las palabras que no nos salían en un idioma tan vasto y extraño que ninguno de los dos dominaba del todo. Pensé que me palparía los ojos con sus uñas para ver la alegría. Creí que me sobaría las piernas para sentirme temblar pero dijo, como diciendo al aire (como desaparecida, como si yo ya me hubiese subido al bus), qué sientes.

Pensé la cantidad de veces que otra gente me había preguntado lo mismo y yo había cerrado el puño en el pantalón. Pensé en la playa que nos había mojado esa tarde. Pensé en la bruma (la vi), y de repente me vi diciendo tantas cosas como daba la lengua, cosas como ENCONTRARTE, como PEZONES, y LLORAR, FELIZ, y otra vez PEZONES (eran preciosos) y muchas otras cosas que entraban por su boca como si ella respirase a bocanadas (otra vez allí: ella, la diosa).
Sentí sus dedos que apretaban mi bolsillo.
Luego todo fue muy rápido: ella echó la vista a un lado; yo me olvidé la mochila en su regazo y ella un grito, ¡¡ey que te dejas tu espalda!!, y la vuelta; los pasos lentos de gigante en tambaleo; sus ojos que se entreabrían muy poco, desde abajo, sosteniendo mi mochila, sonriéndome tímida como una niña con helado y cucurucho, casi, pensé, como si ella entera fuese una postal-definición de la palabra TERNURA. Y me caí (o me abalancé) y mordí su cuello como un vampiro en éxtasis y busqué su mano para mojar sus pezones otra vez y volver a la playa y volver otra vez a la cama que nos había visto sangrar.
Luego ya estuve en mi asiento del autobús, y pensé que ella ya estaría en el asiento del taxi camino al aeropuerto. Pensé que sus dientes me habían rozado la lengua un segundo antes. Pensé que había visto sus ojos cantar como un gorrión. Pensé que lo de pensar era malísimo. Pensé: ya no pienses, estúpido, y enseguida tenía los cascos puestos y dije: aleatorio, y sonó una canción que dije: quién es este tío?, y luego, ah, Pat Martino, pero el otro Pat Martino, el segundo, el que volvía a su espejo traspasando las casas de Wonderland que cogía un micrófono para comerlo con patatas y cogía la guitarra al revés de cómo lo había hecho durante veinte años de su vida.
Luego vi llanos, y vi guitarras verdes y marrones que se comían todas las azucenas y todos los desiertos que surcaba el autobús, todas las montañas que quedaban tan lejos, tan atrás de cualquier otro paisaje que me suspiré a mí mismo y también suspiré hacia atrás.
Hasta ahí tenemos que ir, colega, me dije, hasta allí llega la carretera que vuelve y vuelve y no deja de girar siempre consumiendo más y más gasolina que sólo es humo y dientes y carne y pezones y mi verga empalmada en el recuerdo de una cama deshecha, y todo eso que ahora quedaba, ¡quedaba!, abierto: una llaga, pensé, un condón partido en la axila, y pensé (porque en el fondo era masoca), pensé: me encanta. Pensé: esta llaga es ella. La llaga es ella, ¡la diosa!, y a través de ella, como un tubo carnal, saldré por un espejo del país de las anclas y las ranas pegajosas, y saldré desnudo con el alma al raso con la llaga cubierta de pieles de pantera: con la sangre en la boca y una cueva oscura.


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