jueves, 28 de noviembre de 2013

Hank Mobley - Thinking of Home

Una grieta, María!!
Una grieta bajo mis pies, Josiño!!
Una grieta en las escaleras de mármol y en los bancos de madera donde los viejos se sientan con sus muletas apretadas, una grieta que se traga incluso la arena de las playas!!
Madre mía qué grieta, Pepe.
Por esa grieta salía un sonido peculiar y entero y sobre todo profundo: sonaba con caracoles y ostras y mejillones y lapas y a veces con algo de tierra húmeda y a veces con algo de lava que, seguro, María había plantado en su huerta para el goce de los vecinos. La lava se fundía con las palabras de todos los que se arremolinaban en torno a la grieta y el sonido les mecía un poco (o quizá era el agua, quizá el viento) y el sonido les hablaba aunque ellos hablasen con palabras y con palabras gritasen la grieta.
Ay la grieta, María...
Yo intentaba reproducirlo (el sonido) y gritaba desde mi cuarto: Justine, Justine!!, y a veces respondían voces de gaviotas que se asomaban a la grieta que había partido el pueblo, voces de gaviotas que para mí eran como albatros o palomas mensajeras que traían la nota de Justine.
Justine, Justine! Dame la nota oscura!
Y mientras, todo el sonido seguía escurriéndose desde las profundidades de la grieta y los vecinos se mecían cada vez un poquito más y sus voces se combaban y formaban un embudo muy extraño que yo intentaba reproducir (el embudo) mirando desde la ventana, pensando, ¿acaso la grieta no es una grieta?
Porque no sé muy bien cómo, la grieta me parecía lastimera, casi de risa, casi una parodia de herida real. Qué era la grieta, qué habíamos visto ahí y qué veía María y Josiño y el perro que movía la cola contento de estar todos juntos. Yo pensaba, asomándome al agujero porque esas cosas hay que vivirlas de cerca, pensaba: de lo profundo viene el sonido. Pensaba: el sonido profundo me sabe templado y calentito y aquí afuera todos llevan bufandas y abrigos polares para taparse las orejas. Pensaba: abajo están las notas, arriba está la grieta. Y al final, cuando el sonido se expandía y la grieta parecía abrirse aún más, los vecinos bailaban agarrándose las solapas del otro y María besuqueaba a un marinero tuerto y yo seguía reproduciendo los sonidos que eran embudos, con dos pianos y el perro lamiendo las heridas y el vaho que se escapaba de nuestras bocas y que ahora empaña las ventanas del pueblo cada mañana.

La grieta la han tapado con alfombras del chino. El sonido me sale bien oscuro, con Justine abrazándome por las noches en la casucha que me construí (con cuatro tablas) en un recodo de la grieta, bien abajo, al calorcito.


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1 comentario:

  1. Buah, tío! Qué guapo que hayas subido este disco.

    Lo tenía en el ordenador y tuve que formatear y se borró y después no pude encontrarlo en calidad buena.

    Descargando pues. Es un discazo. :D

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