No tiene mucho sentido, pero yo le miro en uno de esos túneles de metro larguísimos y desguazados, es decir, miro su espacio, y pienso: esta es la canción más larga del mundo, y mientras lo digo no puedo dejar de mover las piernas como si tuviese catalepsia, la canción más infinita e invisible del mundo porque puede ser todas las que quiera y sólo hace falta la mano izquierda dándole al manubrio para que salga por una esquina y vuelva por la de más allá. De verdad, es como el correcaminos dejando una estela entre las montañas rocosas, lo que pasa que aquí el espacio es siempre el mismo y el pianista invisible siempre vuelve al mismo lugar porque siempre tiene que seguir tocando pero su sonido hace eso: corre que te pillo dejando una huella donde estuvo, el hueco vacío por donde no puede volver a pasar!, como si sacásemos de una mazorca todos los granitos y ya, claro, no los podemos volver a comer, pero tampoco los comimos, así que dónde están? Yo digo que en el bar tomándose una cerveza bien tirada, de esas de golpe en la barra para que la espuma suba, aunque mis amigos dicen que siempre es pacharán, pero no les hago ni caso, el pacharán es para las noches de niebla y fiebre y la cerveza es lo que los pianistas invisibles y sus sonidos toman en los bares del metro, que todavía existen, se apoyan en las esquinas de las barras y aspiran el olor a tostadas y miran el escote de la camarera que es un poco bizca pero con los labios pintados de azul no hay quien la quiera más. Por eso, cuando pasas por el túnel larguísimo y destartalado de la línea azul, puede que él esté ahí o no, objeto ausente o presencia invisible, pero seguro, de verdad, que si te paras un instante y pegas el oído a una pierna y miras al batera con cara de insomnio y al bajo que parece sonámbulo, el sonido aparecerá, aunque esté dando vueltas estará ahí y podrás escuchar la canción más larga del mundo, y entonces, sólo entonces, entre tus manos tendrás la mazorca gigante con todos los granos amarillos más gordos que nunca se han visto y, si quieres, te los comes, aunque yo siempre me los guardo para la noche, debajo de la almohada, por si acaso, en sueños.
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