miércoles, 2 de octubre de 2013

Zoot Sims & Eddie "Lockjaw" Davis - The Tenor Giants


Detroit, 2 de octubre de 1975.

Amigos,
hasta ayer viví en Siberia y allí era como si no existiese el calor.
Allí comíamos empanadas de piedra cada día rodeados por esos muros gigantes que parecen granito pero en realidad son como una boca enorme tremendamente abierta que engulle incluso la oscuridad y sólo deja el frío, ese maldito frío que se te metía por las fosas nasales y era como si los pulmones se hinchasen de hielo y nosotros, tumbados en el patio, sólo esperábamos el primer sol para ver si por fin calentaba, pero no, era imposible, y aún así salíamos con nuestros harapos hasta la tierra que alguien quería que plantásemos aún sabiendo, y todos lo sabíamos, que en esa tierra helada nunca podría crecer una maldita coliflor. Pero la cosa era así, colegas: nosotros trabajábamos. Trabajábamos la tierra como en los cuentos de los rusos que nunca me llegué a creer y a veces girábamos los ojos y veíamos ahí detrás los muros que eran dientes y nos esperaban de nuevo para engullir la vida y casi preferíamos seguir trabajando y lanzar la azada contra esa tierra dura y resquebrajada porque eso, trabajar, nos permitía un instante, un tiempo que aunque no lo sabíamos era lo único que nos quitaban, pero sí, la azada era un tiempo, un suspiro, un cerrar los ojos mientras ella caía, un olvido. ¿Sabéis?, mi azada tenía un nombre, se llamaba Julia y a veces quería abrazarla y otras quería cruzarle la cara para que por fin me abandonase y pudiese conocer algún otro hombre que tuviese calor en sus calzoncillos. Nunca lo hizo y yo nunca la abracé, y a veces la gente de Siberia nos traía unos vasos de arcilla llenos de leche fétida que nadie se atrevía a tomar porque en el fondo sabíamos que eso era el veneno y que los muros eran el veneno y la azada era el veneno y sabíamos que nadie quería estar allí. ¿Por qué estábamos allí? A veces recordaba el estuche del saxo que todos habéis visto, ese de piel de cocodrilo, y pensaba que aún estaría reposando en algún estante del trastero de mi tía allá en Detroit, y me decía: odio esto, y me decía: no puedo más, pero de alguna forma era imposible levantarse y salir de allí por mucho que las puertas nunca se cerraban y no había vigilante e incluso creo que no había nadie, que no había nada. Pero las piernas no tenían impulso y todavía quedaba la posibilidad de que al día siguiente el sol calentase un poco y la tierra se abriese un poco y todo fuese un poco mejor con Julia y que algún día viésemos crecer el tallo de una cebolla.
Por eso, amigos, esto es tan importante.
No os puedo decir exactamente cómo salí de allí. Creo que un palo se rompió y alguien cayó contra el suelo y los dientes salieron disparados de su boca y alguien silbó al aire y un pino, allí a lo lejos, empezó a moverse y yo también empecé a moverme y lo siguiente era estar caminando como un profeta por la estepa, caminando sin nada más que caminar, caminando como si no caminase porque ya no había tiempo. Luego encontré el saxo y os encontré en una taberna donde bebíais vino caliente en jarras que parecían barriles y por fin dijisteis cuando me habíais emborrachado: vamos a tocar a alguna parte. A lo mejor estamos tan borrachos que no sale más que un soplido, pero eso no es lo importante.
La cosa, colegas, es que ayer estaba en Siberia y hoy, antes de salir a este sitio donde el humo de los pitis parece la niebla del puerto donde me embarqué, hoy soplo el saxo y del telón y de las sillas y de las mesas veo crecer miles de alcachofas y coliflores gigantes y árboles frutales verdes y amarillos, y vosotros sonreís porque vais igual de pedo que yo y allí, al fondo de la sala, hay un coyote que sonríe con los dientes mirando la luna que hay detrás de mis ojos, la luna muy dentro de mis ojos, la luna al fondo de mis ojos. Hola Julia.

Abrazos y que esta mierda nos salga bien,
Bocaprieta Eddie.


DESCARGAR



No hay comentarios:

Publicar un comentario