lunes, 14 de octubre de 2013

Pee Wee Russell - Swingin' with Pee Wee

Él se sentaba en la barca para pescar con su clarinete.
Era un lago o un mar o una cantidad de agua que se extendía, quieta, hasta las montañas y volcanes y las selvas que rodean normalmente al agua por un lado, mientras que por el otro costado era sólo mar o lago o una cantidad de agua que se extendía hasta perderse y fundirse con las nubes que eran bocas todas lamidas por la brisa y él, él allí, con su barca en mitad de algo que era nada y era muchas cosas, extendía el clarinete hacia el cielo y hacia la humareda gris que salía de la cima de algún volcán y junto con un agudo potente y desgarrado que iba descendiendo hacia estas letras de esta entrada salía un hilillo casi transparente pero casi azulado y con un brillo que parecía plata labrada y el hilillo sostenía un anzuelo que a él siempre le recordó a esos atrapasueños llenos de plumas que se cuelgan en las cunas de los bebés y asomaba la cabeza separándose un instante de la boquilla para ver el anzuelo de sueños que descendía por el agua del lago, entre sombras grandes y pequeñas que deslizaban sus cuerpos a toda velocidad, como un remolino que giraba a su alrededor, alrededor de su barca y su clarinete y alrededor del sonido que seguía sonando como llamadas a los coyotes que se amontonaban alrededor del agua, en las orillas de la selva, como espectadores privilegiados de la pesca del pez fantasma.

Ese era su juego favorito, aunque llamarlo juego sería como decir que jugaba porque jugar era su vida, con lo cual también se podría decir: esa era su vida favorita y sería lo mismo, porque a veces cerraba los ojos y escuchaba como muy de fondo, casi como un susurro, el acompañamiento de alguna trompeta o una escobilla que apenas roza los platos de la batería y entonces, entonces, había una pequeña sacudida en el agua, y también un escalofrío en los tendones de sus dedos y un espasmo en su bigote de gentleman inglés que le hacía abrir sus ojos y agarrar con fuerza la caña de su clarinete, y entonces, entonces él SOPLABA al revés, con los graves más graves de un instrumento, y mientras las notas se alzaban hacia el humo, alzaban de las profundidades las sombras más pequeñas y el cuerpo más grande de un crustáceo galipódolus, un hermano de sangre del pez fantasma en su versión de ballenato.
Después, después el agua quedaba tranquila y el pez fantasma se esfumaba en el humo de un cigarrillo larguísimo que él aspiraba sonriendo, cerrando los ojos, tocando tranquilamente el cierre de una pieza en do menor que es la misma pieza que ahora se puede leer aquí (con matices, claro), mientras esperaba recostado el momento, el tiempo exacto, la entrada perfecta para el siguiente tema, el timing que le haría buscar entre las sombras el brillo de un pez dorado en las profundidades, que le haría soplar las notas que elevaban el humo y las nubes lamidas de alcanfor; esperando la tranquilidad de la meditación del swing, lo que otros llaman la cara oculta del pez sonido, el tiempo en el que cuando se mira, se toca hacia dentro pero se vive hacia afuera.


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